Todo se prometía emocionante con este libro. Las críticas lo ponían estupendamente, la autora era japonesa (y ya todos sabemos que los japoneses están locos) y la portada era un pegotón de sangre con tropezones. Pero al abrirlo... ah, que coñazo!
La cosa trata de unas empleadas de una fábrica que se ven envueltas en un asesinato, cometido por una de ellas. Como son todas muy majas (bueno, hay una que es una mala pécora pero colabora por dinero), pues la ayudan a deshacerse del cadaver, decuartizandolo en el váter de una de ellas. Luego pasan más cosas con más cadáveres. Parecía que iba a ser un sórdido retrato de unas vidas en una fábrica de mierda, salpicado por goterones de sangre. Pero el resultado, a mi humilde parecer, se asemeja más a la descripción cansina de la rutina de unas amas de casa. Puede que estén descuartizando cadáveres, pero yo tuve la sensación durante toda la novela de que me estaban describiendo escrupulosamente cómo limpiaban un baño, arreglaban la cama, pasaban la mopa... un anticlímax constante.
La autora tiene la increíble habilidad de hacer tedioso lo extraordinario, y asistimos al despedazamiento y posterior reparto de miembros, a los tejemanejes con la yakuza, como quien mira a un señor rellenando impresos.Y la moraleja es: desconfiad de las portadas con pegotones de sangre. Y quizá los japonenes no estén tan locos después de todo.
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