viernes, 26 de diciembre de 2014

La fábula del leñador



Hoy, queridos y queridas, os voy a dejar una hermosa fábula que se usa en los manuales de gestión del tiempo. La he tuneado ligerísimamente para extraer todas sus fructíferas enseñanzas morales, y forma parte de un pequeño libro que he escrito llamado (provisionalmente) "Vete a que gestione el tiempo tu puta madre". Espero que pronto pueda estar disponible para el gran público, ganar el premio Nobel y retirarme. De momento os dejo con la pequeña fábula:

Porque el rigor no está reñido con la amenidad, te voy a narrar ahora una pequeña historia que ilustra la importancia de una correcta gestión del tiempo. Escucha:

Érase una vez un bosque donde había dos leñadores. Uno de ellos quería ser siempre el mejor, así que empezó a talar cada día sin pausa. Mientras talaba sin descanso, veía cómo el otro leñador paraba cada cierto tiempo y se metía cinco minutos en casa. Nuestro leñador sonreía, pues pensaba que el otro estaba perdiendo el tiempo y que sería él quien cortase más árboles. Pero día tras día, por la noche, el leñador de las pausas entregaba siempre más árboles que el otro, por mucho que este se hubiera esforzado.

Desconcertado, nuestro leñador por fin un día se acercó a preguntarle al otro cómo era posible que, a pesar de hacer descansos, pudiera talar más árboles que él. “Es que en los descansos afilo mi hacha”, le contestó el otro. “Por eso puedo cortar mejor. Bueno, también hago tanta pausa porque soy adicto al porno por internet. Se está convirtiendo en un problema. Pero vamos, principalmente es para afilar el hacha”.

Paulo Coelho pararía aquí y te diría que ahí está la sabiduría de la gestión del tiempo: en saber cuándo afilar tu hacha. Qué coño sabrá él. Yo te voy a contar toda la verdad:
Al poco tiempo, el empresario propietario de la explotación maderera se dio cuenta de la mala decisión que había sido contratar un leñador tan imbécil que ni siquiera sabía que tenía que afilar el hacha. Es más, y ya puestos a pedir, el muy anormal ni siquiera había usado las motosierras que tenía a su disposición. Así que le echó a la puta calle. Pensó que si apretaba un poco más las tuercas al otro, le podría sacar más rendimiento y no necesitaría contratar un segundo leñador, y así lo hizo. Con su conocimiento de técnicas de gestión del tiempo, pudo sacar todo lo posible del leñador que le quedaba, y así se ahorró pagar un segundo sueldo y cumplió el sueño de su vida: comprar su tercer Ferrari. Más adelante, aprovechando una crisis económica, le bajó el sueldo al leñador, porque a ver a qué otro lado iba a ir. A pesar de esto, el leñador se iba a dormir muy satisfecho porque “por lo menos tenía trabajo”, y además lo había conservado gracias a sus excelentes habilidades de gestión del tiempo.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Nada es verdad, todo está permitido, de Servando Rocha.

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A dios pongo por testigo que no volveré a caer. Ni a pasar hambre, pero eso es otro tema. La cosa es que la editorial Alpha Decay siempre me la mete doblada: sus atractivas portadas y su cuidada edición de momento solo me han reportado decepciones, como Las teorías salvajes o Los nuevos inquisidores (un libro algo flojo de un buen autor). Y válgame dios que éste Nada es verdad, todo está permitido sigue la misma senda.

Admirad la portada. Mola, ¿verdad? Un jinete loco cabalgando sobre una ciudad en ruinas. Unámos eso al atractivo título y a una temática místico-pop (por decir una gilipollez cualquiera) y nada debería salir mal. La primera frase de la contraportada nos dice esto: La leyenda cuenta que «Nada es verdad, todo está permitido» fueron las últimas palabras que pronunció antes morir Hassan-i Sabbah, mítico líder de la antigua y oscura secta de Los Asesinos. Teniendo en cuenta que luego el libro se supone que va de un encuentro entre Curt Cobain y William Burroughs, el misterio debería estar servido. Pues no. La cosa es un auténtico coñazo que, francamente, abandoné más o menos a la mitad, que ya no está uno para estos trotes. 20,90 € muy dolorosos.

¿Qué es lo que ocurre? Yo os lo digo, no temáis. La contraportada nos promete cosas que luego jamás se cumplen: se mencionan legendarios ladrones, forajidos y falsos predicadores, y uno espera historias a la altura de tan ilustres personajes, pero lo que se encuentra son anécdotas de una sosez que deja tiritando. ¿Y el famoso encuentro entre Cobain y Burroughs? Pues más de lo mismo. El autor se limita a describirnos las cuatro fotografías que hay de ellos dos juntos, sin aportar nada de interés y dejándote con la sensación de haber escuchado a un guía de museo describiéndote un cuadro. Y la cosa se extiende sus casi 400 páginas, y quizá al final explique el autor qué demonios pinta el lider de la secta de Los Asesinos ahí (más allá de la anécdota que cuenta sobre Burroughs, que no es especialmente interesante ni importante dentro del libro), pero yo ya nunca lo sabré.