lunes, 3 de agosto de 2015

Punto limpio



En el pueblo del fin del mundo tirarían los botes de pintura secos por el borde y ya está, fin del problema. No como yo, que tengo que cargarlos como un imbécil hasta el punto limpio, porque pesan lo suyo y no tengo coche. La travesía por media ciudad con tres botes de 5 litros de pintura seca es alienante y destructora. Un habitante de Galactorrea no tendría que pasar por esto, apostaría cualquier cosa.

Galactorrea puede ser el nombre de una civilización alienígena, pero en realidad es un efecto secundario de los medicamentos que hace que te salga leche de los pezones. La vida es así de dura: tú vas a que te cure el doctor y acabas lactando y pones tus camisas perdidas. Y la gente te mira, claro. Y tú pasándolo mal porque vas con tres botes de pintura seca y no puedes taparte el cerco de leche de los pezones. Galactorrea no es una civilización alienígena, y si lo es, mejor que se queden en su planeta.

Quizá el fin del mundo esté más cerca de lo que creen. El metafórico o el real. No sé en qué momento decidimos que el mundo era redondo y no tenía bordes, pero lo considero un error inexcusable. Suena a tocomocho barato, y seguro que los habitantes del borde se descojonan de nosotros mientras tiran sus botes de pintura seca apenas a un par de pasos de sus casas.

Que no todo son ventajas, oye. Das un traspiés y te puedes encontrar cayendo hacia el espacio exterior, y eso no es ninguna bicoca. Igual hasta acabas en Galactorrea, fíjate lo que te digo, y entonces ya sí que la has fastidiado. Galactorrea, ciudad de vacaciones.

Me preguntan si estoy yendo a algún lado con todo esto. Y yo contesto: al punto limpio.

jueves, 2 de julio de 2015

El imperio de Yegorov



Con este título, esta portada y una contracubierta que te lo vende como “novela de aventuras, thriller político, sátira social y relato de ciencia ficción”, a ver quién es el guapo al que no le pica la curiosidad. No seré yo.

Lo cierto es que la novela tiene todas esas cosas pero… bueno, yo me la leí en una tarde. Vamos, que tiene de todo lo dicho, pero poquito porque no da tiempo a más. Diría que es una pena, pero lo cierto es que alargarla más habría sido algo forzado, y el libro funciona muy bien así como está.
La cosa va de una estudiante japonesa de antropología que se contagia de una enfermedad extraña en Papúa-Nueva Guinea, luego conoce a un doctor, ambos desaparecen, el marido la busca… y la cosa sigue hasta 75 años después en una especie de futuro distópico que se esboza en las últimas páginas. Muy interesante.
El libro está engarzado a base de cartas, emails, informes y cosas así, lo que hace que se lea todavía más rápido y contribuye a su adictibilidad (una palabra que el Word me dice que no existe pero debería). Vas pasando páginas porque te dices “venga, me leo un email más que total son dos páginas” y así hasta que se acaba. Porque hay que acabarlo, ya que hasta el último punto es parte de la historia (el índice onomástico y los agradecimientos incluidos), que es un truco que nuevo nuevo, pues no es, pero que aquí funciona bien.
En fin, la sensación es un poco como los platos de nueva cocina: has comido algo muy rico, sí, pero te quedas con hambre… el libro da todo lo que promete, es interesante y misterioso aunque se queda algo escaso. Pero bueno, la historia queda cerrada y bien puesta, no es como el infame Fin de David Monteagudo que te deja a medias porque no sabe cómo terminar el libro.
Bastante recomendable, en definitiva.

lunes, 16 de febrero de 2015

Los bosques de Upsala, de Álvaro Colomer

Se descuida uno y se ha pasado un par de meses sin reseñar nada, cómo son las cosas... En fin, los ya lejanos reyes magos me trajeron varios libros cual caballo de Troya, entre los que iba escondido este. Reseñadores de otros lugares de la red me habían prometido buena escritura y una temática valiente, y allá que fui yo.
Hay que empezar diciendo que el libro va sobre el suicidio, que como tema me parece muy bien. Y creo que eso es todo lo positivo que puedo decir de la novela, la elección de tema acertada. Porque lo que es el resto... uf.
Para empezar, no sé que hizo al autor fijarse en este tema. Podría uno pensar que le habrá tocado de cerca, quizá algún familiar o amigo se le haya suicidado, pero la nula familiaridad y la fantasía desbocada que transmiten las reacciones de todos los personajes al respecto (desde el protagonista, pasando por el psiquiatra, los camilleros de urgencia y la propia suicida) delata que no ha tocado el tema ni con un palo. Os lo digo yo que soy psicólogo, y he tratado con gente que se ha intentado suicidar, con sus familias, con psiquiatras y con trabajadores del SAMUR social que atienden este tipo de cosas.
Como he dicho, me parece estupendo que se trate este tema, pero digo yo que si vas a tratarlo será para describir una realidad, o reflexionar sobre ella, o plantear preguntas sobre ella, o analizarla... lo que no debería ser es para inventarte directamente esa realidad. Con esto no estoy diciendo que los escritores solo deban escribir sobre lo que conocen, faltaría más (no existiría la ciencia ficción y Stephen King viviría de los subsidios del gobierno), pero sí pido que si abordas un tema que no conoces te molestes un poco en hacerlo. En este caso, las reacciones y las reflexiones de todos y cada uno de los personajes se alejan por completo de las cosas que hacen los humanos reales, y por lo tanto pierden cualquier tipo de validez para generar reflexiones y debate sobre la realidad del suicidio. Podrá uno reflexionar sobre las cosas que se ha inventado el autor, pero no sobre lo que ocurre en el mundo.
En fin, no hagan caso a los cantos de sirena que les prometen una buena lectura en Los bosques de Upsala, porque ni el tema está bien tratado ni la lectura se hace interesante. Vamos de despropósito en despropósito y solo acabé el libro poque apenas tiene doscientas páginas con letra gorda. Lo que sí hay que decir es que tiene un final a la altura del resto del libro: chorra a más no poder.
En resumen: buuuuu.