miércoles, 1 de octubre de 2014

Berrido por Alex Ginseng


He visto las mejores mentes de mi generación sirviendo hamburguesas en el Burger King, doctores en biología cuidando piscinas histéricos famélicos muertos de hambre (el sueldo no les da) arrastrándose por las calles, cabezas de ángel abrasadas por los tomos de conocimiento inútil adquiridos en la universidad buscando la antigua conexión celestial con lo que les exige el mercado, quienes pobres aunque no andrajosos se levantaron sin fumar (es malísimo para la salud) en la oscuridad sobrenatural de los apartamentos con agua fría flotando a través de las alturas del extrarradio de las ciudades, pues el centro está prohibitivo, contemplando el pop de la MTV.

Quienes expusieron sus cerebros al estilo de vida de sus padres y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados que no se iban a poder permitir.

Quienes pasaron por las universidades con los ojos enrojecidos por la pantalla del Smartphone alucinando con el cine de Michael Bay entre los cambios al plan Bolonia.

Quienes fueron expulsados de las academias porque ni siquiera cumplían los requisitos para entrar (piden experiencia, recomendaciones, publicaciones…)

Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando cartones en papeleras por la subida de la luz y escuchando a sus vecinos a través de las paredes de pladur.

Quienes se jodieron sus pelos púbicos al hacerse la brasileña.

Quienes comieron fuego en hoteles coloreados en el viaje que hicieron a China o bebieron mojitos en Cuba, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas y viendo episodios de Lost, en la nube vibrantes (aunque luego en persona no tanto), relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Páterson, iluminando la cara con la pantalla del iPad, amaneceres en casa de los padres, ebriedad del vino con cocacola en los parques, puestos municipales el neón estridente luches del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Móstoles, estrepitosos tarros de basura y una iluminación de la mente low-cost.

Quienes se encadenaron a sí mismos al asiento del metro aunque había un viejo al lado para el viaje infinito desde el extrarradio hasta su puesto de becarios, hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y plazas de hormigón golpeadas de cerebros absolutamente secos porque no hay un puto árbol.

Quienes se hundieron toda la noche en la luz hortera de Capital emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el Vips, escuchando el crujido de los refritos de la cocina.

Quienes tuitearon setenta horas seguidas desde el parque a la barra al museo al puente (o cualquier sitio donde hubiera wifi gratis), batallón perdido de conversadores platónicos que todo se les queda en el mundo de las ideas, troleando incoherencias vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas en el Facebook, intelectos enteros disgregados entre pantallas con ojos brillantes.

Quienes dieron vueltas y vueltas en la media noche por las salas de chat preguntándose dónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.

Quienes estudiaron informática, community managing, cursos de emprendimiento y realización de páginas web debido a que cada vez les pedían una cosa distinta.

Quienes solos por las calles de Barcelona buscaban ofertas de trabajo que fueran ofertas de trabajo.

Quienes pensaban que solo estaban locos cuando Cospedal hablaba del finiquito en diferido.

Quienes haranganeaban hambrientos y solos por Madrid buscando un curro o sexo o sopa, y siguieron al brillante español que emigraba, una tarea sin esperanza, y tomaron un vuelo low-cost para Alemania.

Quienes desaparecieron en los volcanes de un ERE dejando tras suyo nada excepto los bolis que olvidaron mangar de la oficina y un becario que hará el trabajo de tres despedidos.

Quienes reaparecieron en las plazas de las ciudades investigados por la policía nacional, con grandes ojos pacifistas morados de un porrazo, entregando incomprensibles folletos.

Quienes se quemaron sus brazos (metafóricamente, claro) con cigarros encendidos pretestando contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo desde su Facebook y con una foto súper-reivindicativa en el Whatsapp.

Quienes distribuyeron panfletos comunistas según Rajoy en Sol sollozando y desvistiéndose mientras se deprimía la prima de riesgo, la bolsa y su puta madre.

Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria porque habían pagado todo el año y solo iban una vez al mes y se sentían gilipollas.

Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con dolor porque los mossos les estaban inflando a palos.

Quienes aullaron de rodillas en el metro porque habían perdido al Candy Crush.

Quienes permitieron ser penetrados por el ano por la empresa que les obligaba a ser autónomos, y encima gritaron de alegría al ser seleccionados.

Quienes chuparon y fueron fustigados por la troika.

Quienes eyacularon por la mañana en la tarde en RedTube y en Google y en Pornhub esparciendo su semen en todos lados menos en su novia.

Quienes se desvanecieron en vastas películas sórdidas, se transformaron en sueños, despertaron en un repentino Zara, y se encontraron a sí mismas fuera del H&M con un descorazonador suéter de oferta que no necesitaban pero que era lo único que les hacía sentir bien.

Quienes vieron grandes dramas suicidas en el apartamento de enfrente que fue deshauciado.

Quienes lloraron por el romance de las calles con sus carritos llenos de cebollas y sopas de sobre.

Quienes tosían en el sexto piso del populoso Vallecas con llamas bajo el cielo tuberculoso rodeados por las jaulas naranjas de la tecnología.

Quienes garrapatearon chorradas toda la noche en las redes sociales golpeando el teclado.

Quienes se zambulleron en montones de bits buscando un corazón.

Quienes pidieron el caldo de la flexibilidad y les dieron dos tazas.

Quienes se cortaron las muñecas tres veces pero flojito, a ver si alguien les hacía caso.

Quienes fueron quemados vivos en sus inocentes ropas hípster en la Gran Vía entre ráfagas de denegación de créditos, eliminación de ayudas y trabajos no remunerados.

Quienes cantaron por sus ventanas de desesperación, gritaron por toda la calle, bailaron descalzos en trozos de copas de vino rotas grabaciones de canciones de los 80, que fue su época dorada.

Quienes ruedan constantemente por las carreteras del viaje al pasado para cada uno.

Quienes viajaron a Londres.

Quienes murieron en Londres.

Quienes volvieron a Londres y esperaron en vano.

Quienes aguardaron en Londres y empollaron solos en Londres y finalmente se fueron para encontrar un Trabajo.

Quienes soñaron que estaban en el paraíso y al despertar se encontraron comprando en el Día, con la visible fatalidad de haber vivido creyendo en promesas rotas y acabar resentidos, desesperados y culpando y culpables.

Quienes, cansados de usar sus talentos invisibles dejan de usarlos fuera de casa porque a nadie le importa.

Quienes parece que sobran a la vez que hacen falta.

Quienes se pusieron a parodiar un poema viejo y se saltaron la mitad de las estrofas porque les daba pereza o no las entendían.

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