En el pueblo del fin del mundo
tirarían los botes de pintura secos por el borde y ya está, fin del problema.
No como yo, que tengo que cargarlos como un imbécil hasta el punto limpio,
porque pesan lo suyo y no tengo coche. La travesía por media ciudad con tres
botes de 5 litros de pintura seca es alienante y destructora. Un habitante de
Galactorrea no tendría que pasar por esto, apostaría cualquier cosa.
Galactorrea puede ser el nombre
de una civilización alienígena, pero en realidad es un efecto secundario de los
medicamentos que hace que te salga leche de los pezones. La vida es así de
dura: tú vas a que te cure el doctor y acabas lactando y pones tus camisas
perdidas. Y la gente te mira, claro. Y tú pasándolo mal porque vas con tres
botes de pintura seca y no puedes taparte el cerco de leche de los pezones.
Galactorrea no es una civilización alienígena, y si lo es, mejor que se queden
en su planeta.
Quizá el fin del mundo esté más
cerca de lo que creen. El metafórico o el real. No sé en qué momento decidimos
que el mundo era redondo y no tenía bordes, pero lo considero un error
inexcusable. Suena a tocomocho barato, y seguro que los habitantes del borde se
descojonan de nosotros mientras tiran sus botes de pintura seca apenas a un par
de pasos de sus casas.
Que no todo son ventajas, oye.
Das un traspiés y te puedes encontrar cayendo hacia el espacio exterior, y eso
no es ninguna bicoca. Igual hasta acabas en Galactorrea, fíjate lo que te digo,
y entonces ya sí que la has fastidiado. Galactorrea, ciudad de vacaciones.
Me preguntan si estoy yendo a
algún lado con todo esto. Y yo contesto: al punto limpio.